¡Feliz Día del Libro!

¡Feliz Día del Libro!

Hoy, 23 de marzo, es uno de mis días favoritos del año. Aunque a decir verdad, abril es un mes mágico en cuanto a literatura se refiere.

La mítica celebración de Sant Jordi, sus libros y sus rosas; las ferias del libro; las firmas; el reencuentro con personas con las que solo coincides esos días y por supuesto entablar relación con otras tantas que ya formarán parte de tus recuerdos… Este año ya está siendo diferente a lo que estábamos acostumbrados y el sector de la literatura también se ve afectado. Las ferias del libro se han pospuesto hasta finales de año y el buen clima, el solecito y las buenas temperaturas no acompañarán a las jornadas típicas pero qué queréis que os diga, habrá que disfrutarlas igualmente. Por ahora, nos conformaremos con poder disfrutar de nuestros autores favoritos a través de las redes sociales y con sus magníficas obras, las que siempre nos hacen viajar de una u otra forma.

Por mi parte, deseo que estéis bien y tengáis un día del libro maravilloso. Os dejo un pequeño relato que he escrito para celebrar esta fecha:

El tesoro

<<Carla entró en el viejo despacho de su padre aprovechando que éste había salido hacía unos minutos de casa. Sabía que no debía entrar allí sola pero le gustaba tanto aquel lugar que no le importó la riña que llegaría más tarde, cuando se dieran cuenta de su intromisión.

Traspasó las pesadas puertas de madera correderas y alzó la vista a las inmensas estanterías que frente a ella albergaban lo que ya consideraba un tesoro. El amor por los libros que su padre le había transmitido desde que nació lo llevaba impregnado en su ser y Carla, con tan solo ocho años, deseaba poder leer todos y cada uno de los libros que allí descansaban. Tras unos pasos, llegó a la altura del escritorio y posó su pequeña mano en un ejemplar de El viejo y el mar, obra que su padre había empezado a leerle unos días antes; porque sí, Carla era pequeña y aun no entendía lo que significaban todas aquellas frases que su padre le leía cada tarde al llegar del colegio, pero compartir ese rato íntimo con él los hacía volar a otra dimensión.

Continuó el recorrido hasta la estantería más alejada, la que solo había visto de cerca una vez porque la consideraban demasiado pequeña para cuidar de aquellos ejemplares. Parada, miró hacia las puertas que unos minutos antes había cruzado y comprobando que nadie la veía, levantó su corto brazo y acarició el lomo de varios ejemplares encuadernados en piel. Había escuchado decir a su padre en más de una ocasión que aquellos libros habían pertenecido a su abuelo y eran muy importantes. Aquella encrucijada en la que se veía envuelta le hacía pensar que no estaba haciendo nada malo pero si la pillaban… Dejó caer la mano y suspiró. Decidió sentarse justo frente a aquella estantería que albergaba tantas historias como años y fue posando sus vivarachos ojos grises en cada una de las obras.

No sabía cuánto tiempo llevaba allí pero los rayos de sol que se adentraban por la ventana del fondo habían desaparecido. Poniéndose en pie, giró sobre sí misma y vio a su padre apoyado en uno de los marcos de la puerta. Mirándola. Carla bajó la mirada y se disculpó.

-¿Por qué te disculpas?- preguntó su padre son una leve sonrisa en los labios.

-No debería de haber entrado sola- le respondió.

-Sí, es cierto. Pero dime, qué hacías.

-Bueno… solo quería estar un rato a solas.

-Carla -dijo su padre agarrándola de la mano y sentándola a su lado en uno de los sillones mullidos de la estancia. -Aquí nunca estarás sola- le sonrió.

-Lo sé, papá. Quería estar a solas con todas las historias que tus libros guardan. Quería viajar- respondió tocándose la pequeña trenza rubia que caía por su hombro.

-¿Y lo has conseguido?

-Sí y sin tocar ninguno de tus libros- dijo orgullosa.

-Ahora también son tuyos. Cuando quieras viajar, podrás entrar y hacerlo pero los de aquella zona -dijo señalando los más antiguos- los dejamos para más adelante ¿de acuerdo?

Carla abrazó a su padre más feliz de lo que nunca había estado y él, ilusionado, no pudo más que besarle el liso pelo que había heredado de su madre.

-Papá -se separó un poco de sus brazos- gracias por regalarme tu tesoro.

Y es que Carla había ido viendo día tras día, que el amor que su padre sentía por los libros y sus historias también lo compartía ella. Y así, desde bien pequeña, desarrolló la imaginación, voló y viajó entre las cuatro paredes en las que vivían. Sin salir de casa y junto a su héroe.>>

Jessica García

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